Alergia a la proteína de la leche de vaca en lactantes y niños
La alergia a la proteína de la leche de vaca va en aumento cada año y actualmente afecta al 2% de los lactantes y niños en España, con síntomas muy claros que te explicamos a continuación.
La alergia a las proteínas de la leche de vaca (APLV) puede convertirse en uno de los primeros desafíos a los que tenga que enfrentarse un recién nacido al abandonar la protección del vientre materno. La mayoría de los recién nacidos se adaptará sin problemas, pero la APLV es el tipo de alergia alimentaria más frecuente en el lactante y el niño pequeño.
Aunque pueden darse a cualquier edad, las reacciones de hipersensiblización a determinados alimentos se suelen producir en los primeros años de la vida. Se estima que la alergia a las proteínas de la leche de vaca (APLV) afecta a un 2% de los niños menores de 4 años de edad en España.
Si bien ocupa el tercer lugar en importancia en el conjunto de las alergias alimentarias, después de la alergia al huevo y al pescado, la APLV es la primera en debutar, puesto que las proteínas de la leche de vaca constituyen uno de los primeros alérgenos (o sustancias capaces de producir alergia) que el bebé ingiere en cantidad importante cuando la lactancia materna empieza a combinarse o es sustituida por la lactancia artificial.
Es probable que los padres se lleven un sobresalto al advertir por primera vez que el bebé muestra malestar al tomar el biberón, o que incluso lo rechaza; ese malestar se acompaña de manifestaciones cutáneas en torno a la zona de contacto con la leche, alrededor de la boca, que son los primeros síntomas en aparecer.
Aunque la situación puede hacérseles un poco difícil a los ilusionados progenitores, hay motivos para el optimismo, porque en general las alergias alimentarias suelen desaparecer antes de cumplir los 5 años de edad; en concreto, la APLV es la que mejor pronóstico tiene de todas, ya que en más del 85% de los casos remite a los 4 años.
Aumento de casos de alergia a la proteína de la leche de vaca
Pero hay datos que preocupan a los expertos. Las alergias son un conjunto de enfermedades que van en aumento. En el caso de la alergia a los alimentos, como ocurre con la leche de vaca, no sólo se eleva el número de casos, sino que sus manifestaciones clínicas son más graves y persisten más en el tiempo.
Como explica el doctor Luis Echeverría, responsable de la Unidad de Alergia y Neumología Infantil del Hospital Severo Ochoa, de Leganés (Madrid), en España aún se mantiene el buen pronóstico para estos casos, pero en otros países occidentales, como los anglosajones, el porcentaje de niños que no van a superar la alergia a la edad esperada se está incrementando.
La reacción alérgica se desencadena cuando la lactancia materna no es suficiente y es preciso recurrir a las fórmulas adaptadas que encontramos en las farmacias. Estas fórmulas, denominadas leche de inicio y de continuación, se obtienen mayoritariamente a partir de la leche de vaca (aunque también hay otras disponibles en el mercado, como la que obtenida de la soja). La leche de vaca se somete a diversos procesos con los que se intenta imitar las características de la leche materna, y gracias a los cuales pierde parte de la concentración de grasa y de sales minerales e incorpora otros nutrientes; sin embargo, mantiene sus proteínas (más de 30 en la leche entera), que constituyen el único elemento en su composición capaz de producir alergia en la especie humana.
Hay que distinguir entre la alergia a la proteína de la leche de vaca y la intolerancia a otros componentes como la lactosa o las grasas, que se debe generalmente a las dificultades que tienen algunas personas para digerirlas. Lo que ocurre en la alergia es una reacción inmunitaria en la que se activan las defensas naturales ante la presencia de sustancias que son reconocidas por nuestro organismo como elementos extraños.
El 80% de las proteínas de la leche de vaca corresponde a un tipo de proteína llamado caseína, y el resto a otras proteínas del lactosuero como la alfa-lactoalbúmina y la beta-lactoglobulina. Esta última ha sido identificada como la causante del mayor número de sensibilizaciones en un primer momento, aunque lo habitual en la mayoría de los pacientes es la sensibilización a más de una de estas proteínas al mismo tiempo.
Primeros síntomas de la alergia a la proteína de la leche de vaca
La alergia no es un proceso repentino, y el primer contacto con el alérgeno puede tener lugar antes de lo que pensamos. La madre puede haber transmitido, incluso en la etapa fetal, o después en la lactancia, cantidades muy pequeñas (trazas) de proteínas de vacuno que pueden generar una sensibilización, pero no provocan síntomas. Cuando el niño empieza a tomar una cantidad suficiente con el biberón, los síntomas se hacen evidentes.
Es importante que los padres o cuidadores sean capaces de reconocer esos síntomas y acudan al médico cuanto antes.
En la consulta, el facultativo les explicará que existen dos tipos de alergias a la proteína de la leche de vaca, que dan lugar a dos clases de síntomas y que se manifiestan en momentos distintos. Hay una alergia en la que nuestro sistema inmunitario hace intervenir a un tipo específico de anticuerpos: la inmunoglobulina E (IgE); es la alergia tipo I, que es la clásica y la clínicamente más frecuente.
Por otro lado, aunque menos prevalentes, podrían darse otros tipos de mecanismos de hipersensibilidad alérgicos no mediados por IgE, entre los cuales cabe mencionar el que provoca la alergia a la leche retardada o alergia tipo IV. Para distinguirlas habría que recurrir a otro tipo de métodos diagnósticos, como pruebas cutáneas y análisis de sangre.
La alergia mediada por IgE, la alergia clásica o más común, se desencadena ante una pequeña cantidad de proteína de leche de vaca y los síntomas suelen manifestarse de inmediato. Los más habituales y típicos son los síntomas dermatológicos agudos: eritema, prurito y angioedema, que aparecen alrededor de la zona de contacto de la boca, en la nariz y en las mejillas.
Se pueden acompañar de síntomas respiratorios, como sibilancias, tos y rinoconjuntivitis. Una reacción alérgica a la que hay que estar muy atento es la anafilaxia, un cuadro grave que compromete a varios órganos a la vez y debe tratado de inmediato.
Por último, en la alergia tipo I también pueden darse manifestaciones gastrointestinales agudas como vómitos o episodios de diarrea. La intensidad de los síntomas puede variar mucho de un niño a otro, y lo habitual es presentar más de un síntoma.
Cuando se trata de una alergia no mediada por IgE, el inicio de los síntomas es más tardío (desde unas horas después de la ingesta hasta varios días más tarde) y predominan los síntomas digestivos. En estos casos hay que estar atentos, como advierte el Dr. Luis Echeverría, porque los síntomas digestivos a menudo pueden llevar a confundir la alergia con otras patologías comunes en el niño y ocasionar un retraso en el diagnóstico.
Aunque para concretar el diagnóstico etiológico es necesario practicar una serie de pruebas, el pediatra establecerá de inmediato un tratamiento adecuado para los síntomas en función de su gravedad, y prescribirá una fórmula nutricionalmente adecuada que sustituya a la que desencadena la alergia.
Nunca deberá sustituirse la leche de vaca por la de otro mamífero (cabra u oveja), puesto que sus proteínas son muy similares. Las leches especiales más usadas son las extensamente (o totalmente) hidrolizadas, en las que las proteínas de vaca han sido fraccionadas en partículas muy pequeñas que no provocan reacción.
En los niños que no alcanzan la tolerancia a la leche de vaca, alrededor de los 5 años, cada vez se utiliza más la llamada inmunoterapia oral y/o desensibilización, que consiste en conseguir la tolerancia inmunológica a la leche de vaca mediante la administración de cantidades progresivamente crecientes en un periodo de tiempo variable (de días a semanas). Los pediatras y alergólogos españoles han sido pioneros en la instauración de esta técnica, con la que se obtienen buenos resultados a medio plazo.
La alergia a la proteína de la leche de vaca puede indicar una predisposición a padecer alergias a otros alimentos o a alérgenos ambientales.
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